Siempre me acuerdo de una de las primeras cosas que aprendí cuando estaba estudiando la carrera de ciencias ambientales. Uno de los profesores nos dijo que para que “algo” sea sostenible debe de cumplir con 3 requisitos: ser ambientalmente respetuoso, socialmente aceptable y económicamente viable. Si cualquiera de estos requisitos no se cumple, debemos ser realistas, ese “algo” no tendrá futuro a largo plazo. Es lo que todos conocemos como la triple vertiente de la sostenibilidad: ambiental, social y económica. Y es que ese famoso “desarrollo sostenible” definido por la ONU allá por el año 1987, no puede sostenerse en el tiempo si, además de garantizar la disponibilidad de los recursos naturales para satisfacer las necesidades de las generaciones futuras, no garantiza también una cierta prosperidad económica.
En los últimos años, estamos siendo testigos de cómo el pilar de la sostenibilidad ambiental coge más fuerza y avanza a paso no solo firme, sino vertiginosamente rápido, argumentando que las iniciativas para regular la sostenibilidad llegan tarde. Y aunque estoy de acuerdo con que en muchos aspectos se ha avanzado excesivamente despacio y eso ha impactado negativamente en nuestro planeta, no puedo dejar de pensar que hemos pasado de priorizar en exceso uno de los pilares, el económico, a dejarlo de lado, lo que vuelve a desequilibrar la balanza.
Un ejemplo de este desequilibrio, en pro de la economía circular, lo encontramos en la tramitación del futuro Reglamento de envases y residuos de envase, el cual sustituirá a la actual Directiva, revisada en 2018. El nuevo Reglamento, si bien promueve acertadamente una mayor armonización a lo largo de la UE con especial énfasis en la prevención y la circularidad de los envases, también plantea una gran cantidad de ambiciosas medidas que, en algunos casos, no son técnicamente viables en los plazos propuestos.
Para llegar a este equilibrio, el Reglamento de envases debería contribuir a la neutralidad climática de la UE y al resto de los objetivos del Pacto Verde, así como asegurar la coherencia con otras legislaciones relacionadas con los envases, garantizando que la seguridad alimentaria siga siendo un eje principal. Las políticas de economía circular no deberían considerarse de forma aislada, puesto que están interrelacionadas con otras iniciativas que tienen su impacto en la economía, la sociedad, y el planeta.
Asimismo, debería establecer objetivos exigentes pero realistas, permitiendo la flexibilidad suficiente para que la industria pueda decidir la mejor manera de lograr estos objetivos, según las circunstancias, y permitiendo la aplicación de palancas que ayuden a cumplirlos; por ejemplo, poder determinar en qué casos los envases reutilizables son una mejor opción respecto a los de un solo uso, atendiendo al impacto ambiental de todo su ciclo de vida; disponer de acceso prioritario al material reciclado en el caso de los sectores obligados a cumplir objetivos, especialmente en el caso de contacto alimentario; o promover la libertad de materiales y de fin de vida (reciclado vs compostaje).
Los cambios en el diseño de los envases y en la composición de sus materiales requieren de márgenes de tiempo suficientes para que los mercados de materias primas secundarias se desarrollen y se apruebe el uso de nuevas tecnologías como el reciclado químico; para que las empresas puedan realizar los análisis y pruebas técnicas necesarias, garantizar el cumplimiento de otra legislación aplicable, adaptar las líneas de envasado y la logística; y para que las administraciones puedan reforzar las infraestructuras de recogida y selección de residuos. Por ello, se deberían garantizar plazos realistas que permitiesen una transición fluida hacia la aplicación de nuevas medidas en toda la cadena de valor de los envases, y tener en cuenta las necesidades de las pymes, que constituyen el 99 % del sector de alimentos y bebidas de la UE.
En resumen, si queremos lograr convertir la utopía en realidad y alcanzar el equilibrio en esa “triple vertiente ambiental”, es importante proporcionar a las empresas apoyo, orientación a largo plazo, previsibilidad y un margen de flexibilidad suficiente para que puedan realizar las adaptaciones e inversiones necesarias para cumplir con los objetivos.
El destino está claro, solo hay que adaptar el camino.
Paula Cinto Pardiñas
Técnico de Sostenibilidad