Tras recibir el apoyo de la Asamblea General, he sido elegido como director general de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) durante los próximos cinco años. Estoy orgulloso de haber recibido la confianza para estar al frente de una entidad que es referente a nivel mundial en el ámbito científico técnico del sector vitivinícola y en la que participan activamente 47 Estados de todo el mundo. Además, doblemente alegre por ser esta la primera vez que un español ocupa este cargo en los casi cien años de historia de la OIV, un hecho que pone en valor el peso y la importancia de nuestro país en la vinicultura mundial y en esta organización, en la que la delegación española, encabezada por el Ministerio de Agricultura, ha sido siempre muy activa.
Durante más de 25 años he dedicado mi trabajo a la defensa del sector vitivinícola y en este tiempo he visto siempre la enorme importancia de la existencia de la OIV. Las peculiares características de este sector, que requiere la intervención y tutela de los organismos públicos de Estado, hacen necesario la naturaleza intergubernamental de la organización.
El sector vitivinícola ha tenido históricamente una fuerte vocación al comercio internacional. En las últimas décadas, nuevos mercados se han incorporado al consumo y a la producción, por ello, la OIV debe personificarse como la referencia de conocimiento en un entorno complejo de organismos multilaterales.
El viñedo está siendo uno de los sujetos más sensibles al cambio climático, lo vemos año a año, y esto requiere una respuesta en proporción a este fenómeno, que pase por asegurar la sostenibilidad, profundizar en la investigación y adoptar los acuerdos necesarios.
Mi visión adquirida en estos años es la de una cadena de valor que va desde el viñedo hasta el consumidor final, que tiene una peculiar configuración muy vinculada a la diversidad regional, a las variedades y a otras formas que han sido objeto de regulación, y que son riqueza y patrimonio de sus actores y que debe preservarse para próximas generaciones.
Por otra parte, veo que muchos países pueden incorporarse en los próximos años a la producción, a la mejora de sus viñedos e innovación de sus productos y al mayor conocimiento del consumidor: aumentar el número de miembros dará a la OIV mayor representatividad mundial.
Soy consciente del activo que representa el colectivo de expertos, científicos e instituciones que forman la red de trabajo, este es el gran capital de la OIV. Al mismo tiempo, el sistema de trabajo requiere permanentes mejoras incorporando nuevas tecnologías y capacidades que garanticen su mayor agilidad, asegurando las garantías de procedimiento y transparencia, y buscando facilitar la participación de todos los miembros.
Son muchos los retos que debemos afrontar y que encaro con ilusión y esfuerzo. La actividad que promueve la OIV es fundamental para el desarrollo firme y sólido del vino a nivel mundial y para caminar hacia un sector de mayor valor.